domingo, 15 de noviembre de 2009

La lluvia antes de caer - J. Coe - Crítica aparecida en El Pais - 11/07/2009


CRÍTICA: EL LIBRO DE LA SEMANA
La vida verbal de la fotografía
FRANCISCO SOLANO 11/07/2009

Jonathan Coe abandona la sátira y emprende una nueva exploración narrativa. La escucha del contenido de unas cintas trama una extensa historia familiar apta para leer en voz alta. "Quizás el caos y el azar son el orden natural de las cosas", escribe el autor

Con La lluvia antes de caer Jonathan Coe (Birmingham, 1961) abandona el registro satírico de sus novelas anteriores (El club de los canallas, El círculo cerrado), lo que ha supuesto una sorpresa para sus lectores, sorpresa que el propio escritor ha atenuado aclarando que tenía la historia desde hacía más de veinte años, pero sólo ahora se veía capaz de escribirla. Desde este punto de vista podría decirse que han sido las otras novelas, por tanto, las que le han llevado a un registro distinto al que inicialmente pretendía. Sea como sea, Coe ha salido más que airoso de esta nueva exploración narrativa.

La lluvia antes de caer
Jonathan Coe
Traducción de Javier Lacruz
Anagrama. Barcelona, 2009

256 páginas. 18 euros

No se sabe qué admirar más en esta novela, si la sutil eminencia del estilo evocativo, esa intimidad susurrada que parece que llega de otro mundo, o la tácita defensa de la palabra frente a la imagen. La narración es la escucha del contenido de unas cintas. En ellas una voz ya muerta describe veinte fotografías (que incluye alguna postal), para transmitir así la historia de su familia, cabe decir su experiencia de la vida, a una muchacha ciega, pariente lejana, casi una desconocida. La grabación acoge la inserción de pausas, la emoción del instante, la fluctuación de la memoria, y acaso el vacilante punto de vista, con sus equívocos y parcialidad. La mujer, Rosamond, ha vivido al margen de las convenciones, aunque sin estridencia, y de igual modo ha decidido morir, después de ordenar su legado. Imogen, la chica ciega, viene a representar la zona oculta de la trama familiar, la fatalidad de la que nadie es culpable, aunque todos sean hipotéticos responsables. Al elegir ese medio se diría que la mujer logra así expresar una forma posible de contacto a través de la voz viva. La historia de la familia es la historia de las mujeres, madres e hijas que se traspasan sus debilidades y frustraciones, a la vez que se ocultan sus querencias. Rosamond, sin embargo, no ha tenido descendencia, y la destinataria natural de las cintas, la ciega Imogen, no sabrá que fueron grabadas para ella.

El procedimiento es mucho más que la elección de una eficaz estructura. Cada fotografía concentra una época, un episodio significativo, una estimulación de los recuerdos. Aparecen a modo de capítulos, donde el blanco que los separa sugiere el tránsito de la reflexión de una fotografía a otra. En su testamento, Rosamond dispone que, si no se localiza a la ciega Imogen, entonces sus sobrinos nietos Gill y David pueden escuchar las cintas. Gill y sus hijas serán los oyentes de ese testimonio dirigido a un fantasma en vida al que ellos sustituyen, y, como el lector, se entremeten en una historia ajena de la que, no obstante, participan para dar así sentido a la evocación de la anciana.

La lluvia antes de caer explora, más con serenidad que con melancolía, la zona no atendida de los afectos, el hartazgo que impone la presión familiar, la importancia del temperamento, los escrúpulos cuando son una forma de cobardía. Resulta conmovedor y extraordinario dejarse llevar por esa radiante voz que vivifica las fotografías, que extrae un mundo de cada imagen, capaz de restaurar la distinta luz y la atmósfera moral -además de los objetos, la indumentaria, la arquitectura- del largo periodo que comienza en los años cuarenta y termina en la actualidad. Pero aún es más admirable, si cabe, la aparente ingravidez con que aborda los temas familiares más espinosos (el maltrato que a los tres años dejó ciega a Imogen) y la conciencia de la dificultad de transmitir correctamente un mundo ya desaparecido: "Qué difícil es contarte todo esto en el orden adecuado. Como siempre, se supone que te estoy describiendo una foto, y en cambio te lo he contado todo sin orden ni concierto. Pero, a lo mejor, es que no hay un orden exacto. Quizás el caos y el azar son el orden natural de las cosas". La valoración aquí de la expresión literaria, enfrentada a la imagen, adquiere en la novela una sugerencia ejemplar, especialmente ahora que la tiranía de la imagen desplaza, restringe o anula la potencialidad de la palabra. De ahí la sagacidad del pretexto narrativo (describir fotografías a una ciega, que serán escuchadas por videntes), un recurso apenas enfatizado que establece (sin olvidar al lector, que también es un oyente) una relación fuertemente discordante entre la imagen y su interpretación. "Una foto", se dice al principio, "sólo puede captar un momento entre millones de momentos de la vida de una persona"; la palabra, en cambio, despliega la historia que conserva la memoria, suscitada por la contemplación de una casa, de un grupo familiar o una roulotte. Por lo demás, la voz de la anciana Rosamond posee por momentos un tono de elegía clásico, esa remembranza envolvente poco habitual en la actual novelística. Seguramente la mejor manera de disfrutar La lluvia antes de caer sea leerla en voz alta.

2 comentarios:

Verónica R. dijo...

Gracias Bea, acabo de iniciar el libro ásí que leeré de nuevo esta entrada cuando vaya más avanzada.

Julia Campos dijo...

Yo ya la he terminado, esta misma tarde. Me ha ido gustando cada vez más, según he ido avanzando en la lectura. Creo que hay mucho sobre lo que hablar, aparte de lo ya dicho en esta crítica. Si alguien quiere que se lo preste, que me lo diga.
Besitos.