Cuando sea vieja, vestiré de morado,
con un sombrero rojo que ni haga juego,
ni me quede bien,
y me gastaré el dinero de mi jubilación
en coñac y guantes de verano,
y sandalias de raso.
Y diré que no hay dinero para mantequilla.
Me sentaré en el pavimento
cuando esté cansada
y devoraré muestras de las tiendas
y oprimiré los botones de alarma
y rasparé con mi bastón los barandales de las calles.
Y compensaré la austeridad de mi lejana juventud.
Saldré a caminar bajo la lluvia en zapatillas,
y arrancaré flores de jardines ajenos
y aprenderé a escupir…
Pero, tal vez debiera practicar un poco todo eso desde ahora.
Así la gente que me conoce no se asombrará,
ni se escandalizará al ver que, de pronto,
soy vieja y me empiezo a vestir de morado.Jenny Joseph ( Birmingham, Inglaterra, 1932). Periodista y poeta.
lunes, 14 de diciembre de 2009
ARA ERA ASI
Cerró la puerta con rabia y se dejó caer en el sofá como un fardo. Había sucedido todo demasiado deprisa y necesitaba pensar. ¿Cómo no la habían avisado antes? Ahora, apenas quedaba tiempo para tenerlo todo dispuesto en la fecha prevista.
Era una tarde desapacible. El viento sonaba con fuerza y parecía que iba a abrir las ventanas de un momento a otro. No soportaba el mal tiempo y menos en momentos tan difíciles como los que estaba pasando ¡tenían que haberla avisado!
Se levantó al rato con decisión. No podía dejar que los acontecimientos la sobrepasaran. A partir de ese momento tomaría las riendas. Ara era así.
Ella sabía que podía con todo, daban igual el mal tiempo y el cansancio acumulado. La ilusión sobrepasaba la improvisación.
Iría y se desahogaría. Era el momento. Ahora o nunca. Lo había pensado durante mucho tiempo. Tomaría la decisión y lo iba a expresar claro, muy claro.
Pensó: No me echaría atrás, pero... ¿y si todo sale mal?, ¿y si la ilusión que tengo puesta se va al garete?, ¿y si sólo queda en una ilusión que yo tenía, pero que era imposible?... ¡Hay demasiadas cosas en contra! ¡No voy a poder! Tengo fama de que puedo con todo, pero en el fondo ¡soy muy muy cobarde!
Había llegado el momento, estaba firmemente decidida a tomar las riendas de su vida. Rompería con todo. Sabía que la criticarían pero no tenía nada que perder. Ya lo había perdido casi todo y estaba dispuesta a luchar con uñas y dientes por lo poco que le quedaba.
El sonido del teléfono le hizo sobresaltarse. Hizo un parón y decidió que resolvería más tarde. ¿Y si el que llamaba era el? No, no podía hacerle tomar otra solución diferente. Este era el momento.
Y el teléfono no dejaba de sonar...
Decidió no descolgar. Si él había decidido actuar por su cuenta y sin contar con ella, podía permitirse el lujo de ignorarlo. Pero tenía que actuar rápido para pillarlo desprevenido. Lo primero era asesorarse bien. Y necesitaba saber de cuánto dinero disponía.
Se vistió rápido, cogió su abrigo y se dispuso a salir, ya no podía continuar por más tiempo entre esas cuatro paredes.
El día era frío, corría un viento helado, pero Ara se sintió bien, se sentía más viva. Poco a poco fue encontrándose más serena, capaz de pensar. Por primera vez en mucho tiempo comprendió que aún podía ser capaz de enfrentarse a él, y se dirigió hacia su oficina.
Cuando llegó, su cara presentaba el aspecto de una niña pequeña, chapetas rojas y un poco desencajada. Antes de entrar respiró hondo y tomó fuerzas para poder expresar todo lo que había querido decirle siempre y no había tenido fuerzas. Ya no hacía frío allí y se decidió a llamar a esa puerta que antes le resultaba tan familiar y ahora se le antojaba tan lejana.
Se colocó el pelo, respiró profundamente y llamó a la puerta. Una voz muy serena le dijo: pase, por favor.
Cuando abrió la puerta lo vio al fondo, estaba de espaldas y cuando se dio la vuelta, ella se quedó paralizada.
"No seré capaz" -pensó- Pero lo fue, sin pensarlo dos veces, cerrando los ojos, disparó tres veces al fondo de la habitación, y sin mirar, se volvió rápidamente y corrió. El pelo al viento, las lágrimas corriendo por sus mejillas...
Cuando vio el cuerpo del albañil tumbado en el suelo, cubierto de sangre, no supo qué hacer.
En realidad su marido había sido el culpable. Aquel pobre obrero no sabía nada ¿Por qué no había reaccionado antes? ¿Por qué no atendió la llamada?
Poco a poco fue dándose cuenta de la situación y volviendo a la realidad: iba tan obsesionada en terminar con él, que no fue capaz de distinguir que la persona que tenía delante no era su marido. Decidió dar la vuelta y afrontar la realidad, puesto que había dejado a un hombre desconocido casi muerto.
De pronto se dio cuenta de que el teléfono estaba sonando. No quería descolgar. Iba a volverse loca. Tenía que tomar una decisión ya y, sin embargo, ese casco que tenía entre sus manos la desconcertaba.
Ara descolgó el teléfono: era su marido. Le contaba una cosa trivial, seguro que para disimular la extrañeza que le produjo la presencia inusual de Ara en su despacho.
Ella, muy alterada, le dijo que había descubierto su engaño, y que había disparado a su amante.
La voz enmudeció al otro lado del hilo telefónico. Ara pudo imaginar el rostro de perplejidad de su marido. Encontró de pronto toda la decisión que le había faltado hasta el momento. Sus palabras empezaron a salir, una tras otra, con una facilidad asombrosa, como si tuvieran vida propia. Lo confesó todo, que sabía que ese pobre albañil, al que encontraría en un charco de sangre en su oficina, era su amante, que cuando la engañaba con reuniones sólo iba a encontrarse con él, pero además le confesó que ya lo tenía todo listo: su maleta, su billete de avión, la fecha de la operación...
En unas semanas Ara sólo sería una desaparecida más, porque en semanas tendría otra cara, otra vida, otro nombre: RAMÓN. Todo estaría dispuesto en la fecha prevista.
Colgó el teléfono y reresó a casa. Sintió un alivio tremendo cuando volvió a dejarse caer en el sofá como un fardo.
Creación colectiva HOY LIBRO y CENA DEL LIBRO
Era una tarde desapacible. El viento sonaba con fuerza y parecía que iba a abrir las ventanas de un momento a otro. No soportaba el mal tiempo y menos en momentos tan difíciles como los que estaba pasando ¡tenían que haberla avisado!
Se levantó al rato con decisión. No podía dejar que los acontecimientos la sobrepasaran. A partir de ese momento tomaría las riendas. Ara era así.
Ella sabía que podía con todo, daban igual el mal tiempo y el cansancio acumulado. La ilusión sobrepasaba la improvisación.
Iría y se desahogaría. Era el momento. Ahora o nunca. Lo había pensado durante mucho tiempo. Tomaría la decisión y lo iba a expresar claro, muy claro.
Pensó: No me echaría atrás, pero... ¿y si todo sale mal?, ¿y si la ilusión que tengo puesta se va al garete?, ¿y si sólo queda en una ilusión que yo tenía, pero que era imposible?... ¡Hay demasiadas cosas en contra! ¡No voy a poder! Tengo fama de que puedo con todo, pero en el fondo ¡soy muy muy cobarde!
Había llegado el momento, estaba firmemente decidida a tomar las riendas de su vida. Rompería con todo. Sabía que la criticarían pero no tenía nada que perder. Ya lo había perdido casi todo y estaba dispuesta a luchar con uñas y dientes por lo poco que le quedaba.
El sonido del teléfono le hizo sobresaltarse. Hizo un parón y decidió que resolvería más tarde. ¿Y si el que llamaba era el? No, no podía hacerle tomar otra solución diferente. Este era el momento.
Y el teléfono no dejaba de sonar...
Decidió no descolgar. Si él había decidido actuar por su cuenta y sin contar con ella, podía permitirse el lujo de ignorarlo. Pero tenía que actuar rápido para pillarlo desprevenido. Lo primero era asesorarse bien. Y necesitaba saber de cuánto dinero disponía.
Se vistió rápido, cogió su abrigo y se dispuso a salir, ya no podía continuar por más tiempo entre esas cuatro paredes.
El día era frío, corría un viento helado, pero Ara se sintió bien, se sentía más viva. Poco a poco fue encontrándose más serena, capaz de pensar. Por primera vez en mucho tiempo comprendió que aún podía ser capaz de enfrentarse a él, y se dirigió hacia su oficina.
Cuando llegó, su cara presentaba el aspecto de una niña pequeña, chapetas rojas y un poco desencajada. Antes de entrar respiró hondo y tomó fuerzas para poder expresar todo lo que había querido decirle siempre y no había tenido fuerzas. Ya no hacía frío allí y se decidió a llamar a esa puerta que antes le resultaba tan familiar y ahora se le antojaba tan lejana.
Se colocó el pelo, respiró profundamente y llamó a la puerta. Una voz muy serena le dijo: pase, por favor.
Cuando abrió la puerta lo vio al fondo, estaba de espaldas y cuando se dio la vuelta, ella se quedó paralizada.
"No seré capaz" -pensó- Pero lo fue, sin pensarlo dos veces, cerrando los ojos, disparó tres veces al fondo de la habitación, y sin mirar, se volvió rápidamente y corrió. El pelo al viento, las lágrimas corriendo por sus mejillas...
Cuando vio el cuerpo del albañil tumbado en el suelo, cubierto de sangre, no supo qué hacer.
En realidad su marido había sido el culpable. Aquel pobre obrero no sabía nada ¿Por qué no había reaccionado antes? ¿Por qué no atendió la llamada?
Poco a poco fue dándose cuenta de la situación y volviendo a la realidad: iba tan obsesionada en terminar con él, que no fue capaz de distinguir que la persona que tenía delante no era su marido. Decidió dar la vuelta y afrontar la realidad, puesto que había dejado a un hombre desconocido casi muerto.
De pronto se dio cuenta de que el teléfono estaba sonando. No quería descolgar. Iba a volverse loca. Tenía que tomar una decisión ya y, sin embargo, ese casco que tenía entre sus manos la desconcertaba.
Ara descolgó el teléfono: era su marido. Le contaba una cosa trivial, seguro que para disimular la extrañeza que le produjo la presencia inusual de Ara en su despacho.
Ella, muy alterada, le dijo que había descubierto su engaño, y que había disparado a su amante.
La voz enmudeció al otro lado del hilo telefónico. Ara pudo imaginar el rostro de perplejidad de su marido. Encontró de pronto toda la decisión que le había faltado hasta el momento. Sus palabras empezaron a salir, una tras otra, con una facilidad asombrosa, como si tuvieran vida propia. Lo confesó todo, que sabía que ese pobre albañil, al que encontraría en un charco de sangre en su oficina, era su amante, que cuando la engañaba con reuniones sólo iba a encontrarse con él, pero además le confesó que ya lo tenía todo listo: su maleta, su billete de avión, la fecha de la operación...
En unas semanas Ara sólo sería una desaparecida más, porque en semanas tendría otra cara, otra vida, otro nombre: RAMÓN. Todo estaría dispuesto en la fecha prevista.
Colgó el teléfono y reresó a casa. Sintió un alivio tremendo cuando volvió a dejarse caer en el sofá como un fardo.
Creación colectiva HOY LIBRO y CENA DEL LIBRO
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6 comentarios:
¡¡Ya no me acordaba de la trama!!!! Gracias por colgarlo.
¿Quién decía que "La lluvia antes de caer" era un dramón? ¡Pues no tenéis vosotras una imaginación calenturienta que digamos...!
Oye es genial, la composición colectiva nos ha quedado estupenda, pobre del que se atreva a criticarla. GRACIAS BEA
Pilar, en nuestro blog, María Sur ha escrito varias sugerencias de "Ara era así" (¡ella es así!)
Como llevo tanto retraso con el Blog, no había leído nuestro relato. Ya casi me había olvidado. Está genial, Bea. Gracias por traerlo aquí para refrescar nuestra memoria.
Un beso a todas.
Yo tampoco me acordaba de nuestro relato, con el tiempo ha mejorado mucho.Gracias por traerlo al blog porque así lo tenemos todas.
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