El
irlandés, uno de los grandes estilistas de la lengua inglesa, premio
Príncipe de Asturias de las Letras . El autor de 'El mar' y 'Antigua
luz' tiene una doble personalidad bajo el seudónimo de Benjamin
Black.
Imposible
saber lo que el Príncipe de Asturias, que a las alturas en que se dé
el próximo mes de octubre podría pasar a ser Princesita de
Asturias, ha premiado exactamente al distinguir a John Banville
(Wexford, Irlanda, 1948), porque en su interior se esconden no pocas
personalidades. La primera e indiscutible es la del más grande
escritor irlandés vivo --con el permiso de William Trevor-- y el
mejor estilista de la lengua inglesa, alguien que elabora su sinuosa
prosa a conciencia y a mano. Luego está su alter
ego,
su "hermano gemelo idiota" como le gusta llamarlo, Benjamin
Black, con el que ha firmado novelas policiacas, que es un artesano
preocupado por la claridad expositiva capaz de teclear sus novelas en
el trasbordo de dos aviones. Pero ni siquiera el carácter
aparentemente sencillo y accesible de Black está libre de
complejidades porque como tal ha firmado un excelente pastiche
chandleriano, La
rubia de ojos negros .
También es un respetado y exigente crítico literario --lo que
siendo escritor a su vez le ha granjeado más de un enemigo-- e
incluso ha firmado algún guion de cine, como Albert
Nobbs ,
a las órdenes de Rodrigo García, el hijo de García Márquez.
De
todas formas, la persona que atiende al teléfono de su domicilio en
Dublín es una sola, irónicamente alegre porque sus lectores
españoles y el premio le han demostrado que en España tiene una
reputación mayor que la que goza en su propio país. "Estoy
encantado con este reconocimiento y me siento muy orgulloso, por
supuesto". Para el autor, de quien el jurado ha destacado su
capacidad para la "reflexión sobre los secretos del corazón
humano", escribir es algo tan natural como la propia
respiración. Le sobra tanta energía artística cuando aborda sus
novelas serias --y ahí están las extraordinarias
El
mar
,
que le valió el premio Booker y le puso en primer término del
panorama internacional, Los
infinitos o
Antigua
luz --
que se ve obligado a desbordarse en historias de género, a imitación
de su querido Simenon. "He estado escribiendo durante medio
siglo y así voy a seguir. Es una manera de aprender todo el tiempo y
siento que ahora, cuando tengo sesenta y muchos años, es cuando
estoy empezando a saber escribir".
Banville
nació en Wexford, un pueblecito del que suele decir que no intentó
aprenderse los nombres de las calles porque quería salir de allí lo
más deprisa posible. Se crió casi como hijo único porque sus
hermanos ya eran mayores y pronto, como acabaría haciendo él mismo,
se marcharon de casa. El relámpago que marcó su vocación vino con
la lectura de los cuentos de Dublineses de Joyce y el posterior
intento de imitarlos en la vieja máquina de escribir de su tía.
Pero no solo eso: por aquellos años también desechó convertirse en
pintor. No quiso ir la universidad porque allí, decía, no le iban a
enseñar nada. Optó por la vida y el periodismo, siguiendo el
ejemplo de Graham Greene, que solía decir que el mejor trabajo para
un escritor era ser editor de cierre en un periódico, porque te
permitía escribir durante el día. En 1970 apareció su primer libro
de relatos y se convirtió en un domesticado novelista irlandés, un
poco costumbrista, "La lengua irlandesa es muy poética --dice
Banville intentado dar una explicación a por qué hay tantos buenos
escritores en su país-- e incluso ahora seguimos sintiéndonos
extraños en la lengua inglesa y eso es porque continuamente estamos
examinándola". De la etiqueta irlandesa, el autor acabaría
desembarazándose con una serie de biografías universales y
literarias de científicos entre las que se contaban Copernico,
Kepler y La
carta de Newton ,
en las que ya se apreciaba lo que va a acabar siendo su férreo
control del lenguaje.
En
1997, con la salida de El
intocable ,
el gran pope de la crítica George Steiner lo saludó como el
novelista inglés más inteligente. Diez años antes El
libro de las pruebas le
había consolidado en su país, un consenso que se amplió fuera de
las fronteras británicas con El
mar
,
que muchos consideran su
obra maestra.
Muy
discreto con su vida privada, reacio a admitir que en algunas de sus
novelas podrían filtrarse episodios autobiográficos -- "Cuando
me levanto de mi escritorio, todo lo que escrito se vuelve ajeno"--
Banville tiene cuatro hijos de dos matrimonios distintos. Su primera
esposa, Patricia Quinn, fue directora del Consejo de las Artes de
Irlanda y la actual, la norteamericana Janet Dunham, le ha obligado a
viajar periódicamente a Estados Unidos, algo a lo que él se resiste
porque es uno de esos raros autores irlandeses --nada que ver con los
trasterrados Joyce o Beckett-- que no conciben estar alejados de su
país y adoran su mal tiempo y su lluvia permanente.
FIESTA
Y RESACA Desde el otro lado del hilo telefónico, Banville habla de
Irlanda, de sus espejismos de progreso rotos por la crisis: "Hemos
sufrido mucho y vamos a seguir haciéndolo, pero al mismo tiempo hay
algo bueno en lo que ha ocurrido. Hemos madurado. Hemos tenido diez
años de fiesta y ahora viene la resaca. Hemos admitido que somos
nosotros los que hemos causado los problemas que tenemos por nuestra
avaricia y nuestra estupidez".
Pero
hoy toca celebrar el premio, recordar los buenos ratos de tantos
viajes a España, acordarse del Quijote, que por fogoso y por soñador
bien podría ser irlandés, e ir a celebrarlo en un buen restaurante
de Dublín con los amigos. "No nos va a faltar una botella de
vino español".