Cuando sea vieja, vestiré de morado,
con un sombrero rojo que ni haga juego,
ni me quede bien,
y me gastaré el dinero de mi jubilación
en coñac y guantes de verano,
y sandalias de raso.
Y diré que no hay dinero para mantequilla.
Me sentaré en el pavimento
cuando esté cansada
y devoraré muestras de las tiendas
y oprimiré los botones de alarma
y rasparé con mi bastón los barandales de las calles.
Y compensaré la austeridad de mi lejana juventud.
Saldré a caminar bajo la lluvia en zapatillas,
y arrancaré flores de jardines ajenos
y aprenderé a escupir…
Pero, tal vez debiera practicar un poco todo eso desde ahora.
Así la gente que me conoce no se asombrará,
ni se escandalizará al ver que, de pronto,
soy vieja y me empiezo a vestir de morado.Jenny Joseph ( Birmingham, Inglaterra, 1932). Periodista y poeta.
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4 comentarios:
Como ya he dicho en el correo allí estaré.
Besos para todas y hasta pronto.
Yo tambien confirmo por doble via
Besos
que os lo paséis bien!!!
ah! y por si alguna no se pasa por nuestro blog, hemos sacado una lista de lecturas para Portugal, a ver si se os ocurren más. Las nuestras son:
-Teolinda Gersão (nació en Coimbra), que escribió un libro con un sugerente título: El árbol de las palabras.
-EÇA DE QUEIRÓS: el crimen del padre Amaro o El primo Basilio.
-Antonio TABUCCHI: con La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, o Sostiene Pereira
-Cartas a Sandra, de Vergílio Ferreira
Y mi voto (porque es cortito, y porque se desarrolla en Beja) es para: "Cartas de la monja portuguesa", de Mariana Alcoforado. Ed. El Acantilado.
En 1669 aparecía en París un pequeño volumen titulado “Cartas portuguesas” que contenía las cinco misivas que Mariana Alcoforado, monja portuguesa del convento de Beja, en el Alentejo, había escrito al conde Chamilly, capitán de la caballería francesa que había participado en el asedio de Ferreira. La historia que había unido a ambos personajes nada tiene de particular: Mariana había sido seducida por el conde y éste, olvidadizo, había partido para Francia dando por terminada su aventura. Sin embargo, estas cartas pasaron a la historia como una de las más rotundas expresiones del amor femenino: la monja portuguesa, abnegadamente enamorada, escribía desde su celda dando rienda suelta a su pasión ensimismada, a sus quejas y desvaríos, y dejando un testimonio imperecedero —sea o no real su autoría—, un auténtico breviaro de amor.
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