miércoles, 16 de octubre de 2019
Deseos. Por ÁNGEL BASANTA. "El Cultural" 17 junio 2011
Marina Mayoral. Archivo de la autora.
Alfaguara. Madrid, 2011. 360 páginas, 18 euros
Con más de veinte obras, entre novelas y libros de cuentos, escritas en más de treinta años, en castellano y en gallego, Marina Mayoral (Mondoñedo, 1942) ha ido construyendo una trayectoria narrativa que ha ganado en interés y calidad literaria. Esto se cumple también en Deseos, novela redonda que considero la mejor de las suyas. Porque, además de conseguir una estructura narrativa caleidoscópica como artefacto privilegiado para novelar la vida de una pequeña ciudad de provincias, contribuye a ampliar y a anudar con nuevos vínculos el microcosmos literario de la autora, con explícita inclusión de personajes que habían aparecido ya en novelas anteriores.
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Su territorio literario es la ciudad imaginaria de Brétema, creado a partir de su Mondoñedo natal, bien reconocible por su clima de niebla (significado de “brétema” en gallego) y lluvia persistentes, la omnipresencia de la catedral, cuyas campañas marcan el paso de las horas, y la asfixia vital y moral que se apodera de unas gentes condenadas a empujar la vida en un mundo cerrado en el que todos saben de todos y del que solo algunos logran escapar, sin que ello sea garantía de mayor felicidad con respecto a los que allí se quedan. Banalidad y trascendencia se dan aquí la mano, como en tantas novelas contemporáneas, para recrear pasiones y sentimientos, amores y desamores, ilusiones y frustraciones de unas vidas entrelazadas por diferentes nexos de parentesco, amistad, profesión, amor y sexo a lo largo de un día, desde las 6,30 de la mañana hasta las 12 de la noche del 12 de octubre de 1982.
El texto se compone de ocho capítulos rotulados con sucesivas referencias horarias y divididos en varias secciones (algunos con una sola), encabezadas siempre con el nombre del personaje (a veces son dos o tres) en el que se focaliza la visión de lo relatado en dicha sección.Con una estructura narrativa tan precisa en la misma franja horaria para todos los personajes, que se cruzan con frecuencia en las calles de un espacio pequeño y cerrado, el narrador omnisciente va dando cuenta de los problemas y conflictos de cada uno, empezando siempre por el presente y retrocediendo gradualmente hacia el pasado. Para lo cual se va cediendo la visión al personaje anunciado en el rótulo de cada sección manejando con habilidad el estilo indirecto libre, que, con transición natural, deja paso al monólogo interior, a veces en segunda persona autorreflexiva, sin llegar nunca al desorden caótico de la corriente de conciencia. En varias ocasiones el diálogo se impone como técnica preferida para el desnudamiento de almas, como se ve en el admirable ejemplo desarrollado entre Consuelo y Héctor (págs. 177-189). A veces se trata de monodiálogos, como los de Constanza, que se acostó con tres generaciones de los Monterroso, ante las tumbas del padre y del hijo. Y en esta variedad de registros hay que destacar la gracia y la naturalidad del diálogo a tres voces en el desayuno de las tres tías abuelas de Etelvina, la aspirante a escritora, porque su cotilleo preñado de rumores, sospechas y revelaciones da lugar a memorables páginas del mejor humor (129-145).
Dicha estructura narrativa, basada en la reducción espacial y temporal, permite contar un día de la vida de varios personajes nacidos o afincados en Brétema, desde los representativos de la posguerra española hasta los más jóvenes en los 80. Varios han coincidido en su paso por la universidad y han recalado en Brétema. Y el monótono transcurrir del día novelado resulta removido por algunos sucesos que hacen avanzar la acción y también rememorar el pasado. Pero lo importante es el afortunado cruce de pasiones y sentimientos de los personajes. Y así se completa una espléndida novela psicológica, rica en sensaciones y matices, en la que todo confluye en un canto al amor y a la escritura.
miércoles, 9 de octubre de 2019
ACTA DE LA CENA DEL 19 DE SEPTIEMBRE 2019
Me toca organizar la primera cena después de las vacaciones, y pienso que sería buena idea elegir un sitio al que no hayamos ido nunca. Se me ocurre que estaría bien probar el Santisteban de Pizarro, no hemos cenado allí antes… por lo menos tal como está ahora, porque sí que hemos estado en este mismo edificio celebrando otra cena que transcurrió de forma un pelín “accidentada”, pero que nos dejó un recuerdo que difícilmente olvidaremos y que formará parte por siempre del anecdotario de nuestro grupo. Decido además dejar en manos de Juan, el propietario del Santisteban, la elección de un menú ajustado a nuestro presupuesto, por lo que llego al encuentro como todas, sin tener ni idea de lo que vamos a cenar, dispuesta a dejarme sorprender por la profesionalidad y buen hacer de nuestro “anfitrión”. Vamos a estar diez sentadas a la mesa, aunque realmente sólo cenamos nueve (Mayte M., espero que cumplieras tu objetivo para la boda porque tuviste una fuerza de voluntad impresionante). Faltan Carmina, Mª José, Marga y Pilar… ¡chicas, esperamos vernos en la próxima!
Tal como vamos llegando, nos vamos saludando y contando los avatares de todo el verano aunque, sin duda, la noticia de la reciente jubilación de Verónica es la más aclamada y envidiada de todas -enhorabuena de nuevo, Vero-. Nos sentamos a la mesa (cuadrada como queríamos, en un salón para nosotras solas, con una vajilla preciosa… por lo menos, la cosa pinta bien) y, entre risas y charlas, empezamos con la cena: nos sirven en primer lugar una ensalada de pollo escabechado, que nos da pie a abrir el debate sobre el libro que nos reúne, Las hermanas Bunner de Edith Warton. He de decir que llevaba una libreta y bolígrafo para ir anotando todo lo que se hablara, pero se me olvidó completamente sacarlos del bolso… así que he de fiar este relato totalmente a mi memoria - que a veces no es todo lo buena que yo quisiera - por lo que espero no olvidar nada importante de todo lo que se dijo.
Es opinión general que se lee muy bien (incluso aquí Rosa hace mención a aquello de que a veces es el libro el que te atrapa a ti), que está escrito maravillosamente, que la autora hace tales descripciones que se pueden “ver” perfectamente los lugares y los personajes que describe… en definitiva, que no nos ha dejado indiferentes a ninguna.
Seguimos con un arroz meloso con setas a la vez que vamos desgranando los personajes y situaciones: es Ann Eliza la protagonista indiscutible, tal como bien dice el prólogo: “a quien la voz que narra se pega como una sombra”. Alguien apunta que tuvo que dejar de leer el prólogo para que no se le “destripara” la novela; y es cierto, podría copiarlo literalmente para hacer este resumen y quedaría fenomenal… pero no sería tan interesante como nuestra charla.
Nos cuesta trabajo situar el escenario de la novela en Nueva York, tal vez porque visualizamos esta ciudad como una gran urbe cosmopolita y no nos detenemos a pensar en sus barrios más humildes; hablamos de que la autora suele reflejar en sus novelas la vida de las clases altas de la sociedad; sin embargo, en esta obra se refleja a la perfección el ambiente de las clases más bajas: nos imaginamos con detalle el barrio, sus calles, las casas, e incluso podemos llegar a oler la mercería y la trastienda donde viven ellas.
¿Qué edad pueden tener las hermanas, veintimuchos o treinta? Una edad suficientemente elevada como para que Ann Eliza piense que ya se le “ha pasado el arroz”, pero no tanto como para evitar enamorarse del relojero -quizás porque supone un aliciente en su monótona vida-. En definitiva, una edad que le proporciona una madurez y generosidad tal como para renunciar a ese amor que vive en silencio en favor de su hermana pequeña…¿seríamos nosotras capaces de tal renuncia…? Su hermana Evelina, por el contrario, nos parece un tanto egoísta, distante, interesada… aunque su personalidad queda más desdibujada en el relato porque es la de Ann Eliza la que despierta un mayor interés narrativo para la autora.
Mientras degustamos el wok de verduras con presa ibérica seguimos comentando acerca de la relación de las hermanas con sus vecinos; aunque hay quien piensa que hay cierta distancia y frialdad entre ellos, a otras nos parece que se percibe más bien que tienen esa relación de vecindad típica en la que se ayudan y apoyan entre ellos (su vecina modista, la señora Mellins, les “presta” a una de sus trabajadoras, e incluso también dinero, el señor Hawkins presta su ayuda en la búsqueda de Evelina…), aunque con ninguno de ellos llegue a ser una amistad como tal. ¿Existen hoy día relaciones vecinales así…?
Hablamos del relojero, Herman Remy, cuya única prioridad en su relación con las hermanas es la de encontrar a alguien que limpie y mantenga su casa y sus vicios, de ahí que le dé exactamente igual cuál de las dos hermanas acepte su propuesta. Nos lo imaginamos perfectamente por la descripción de Edith Warton como un hombre anodino, desdentado, sucio, mal vestido, e incluso se nos hace difícil comprender cómo finalmente una chica joven como Linda, hija de señora Hochmüller, puede tener interés en escaparse con él. Sin embargo es la persona que introduce una ilusión de cambio en la rutina de las hermanas, y por eso las dos lo ven como una oportunidad para ellas. Hablamos también del opio, de lo extendido que estaba su consumo en aquella época, de las adicciones y de sus consecuencias. ¿Qué papel habrá jugado la señora Hochmüller en el pasado del señor Remy…? Parece claro que conoce la situación, por lo que cuenta de ella Evelina al volver a casa, pero la autora no ahonda más en lo que hubo en esa antigua relación entre los dos.
Y con el postre, una macedonia de fruta natural, abordamos la segunda parte del libro, la más triste: la terrible soledad que siente Ann Eliza tras la marcha de Evelina, sus penurias económicas, la búsqueda desesperada de esa hermana que finalmente vuelve con tuberculosis (menos mal que aquí nos echamos unas risas cuando Rosa nos dice que se imagina a esa mujer enferma tosiendo –debe ser por deformación profesional- en esa trastienda tan pequeña, y que esto ha tenido que provocar el contagio seguro de Ann Eliza), la terrible experiencia que Evelina ha vivido en su matrimonio, el hijo que no llegó a sobrevivir, la muerte final…
Todas coincidimos en comentar la pena que hemos sentido cuando Ann Eliza, después de quedarse sola y tener que venderlo todo, sale a buscar trabajo y se encuentra con que la consideran ya mayor para trabajar… Este aspecto y otros que hemos visto en la novela (renuncia, soledad, maltrato, droga, miseria, marginalidad…), nos hacen concluir que se trata de un relato atemporal que se podría situar en otra época y en otro lugar manteniéndose igualmente vigente.
Para terminar, elegimos fecha y libro para nuestra próxima cena, y de paso nos pasamos un buen rato de risas imaginando las caras de las que faltan –sobre todo de una… ¿verdad, Pilar?- cuando vean el libro que hemos elegido “de mentira”. Por fin decidimos que la próxima cena será el 7 de Noviembre, y leeremos “Deseos”, un libro de Marina Mayoral.
No me acuerdo a quién le toca organizar…¡ay, esta memoria mía! Creo que empieza la lista de nuevo, porque yo soy la última del grupo…
Antes de irnos buscamos a alguien para que nos haga la foto de rigor, y pillamos “a traición” a una niña que entra despistada en el salón a curiosear - la pobre nos hace la foto con cara de susto-…
Y después de este buen rato que hemos pasado, nos despedimos hasta la próxima cena, con muchas ganas de volver a vernos para disfrutar de los buenos libros, las buenas cenas y, sobre todo, las buenas compañías.
Un beso a todas. ¡Nos vemos pronto!
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